MIKEL ARISTREGI | Bilbao
La escuela que cura el alma.
Más de 500 niños y niñas refugiadas sirias y palestinas de entre 3 y 6 años acceden a la escuela primaria en el sur del Líbano gracias a un proyecto pionero en el que, además de los conocimientos básicos, se les da ayuda psicosocial para curar las heridas provocadas por la guerra.
Hassan tiene seis años y una mirada de aparente tranquilidad. Es de Sayyida Zeinab, al sur de Damasco (Siria), aunque lleva dos años viviendo en los asentamientos informales levantados a las afueras de la localidad de Maashouk, en las inmediaciones de la ciudad de Tiro, al sur dela vecina Líbano. Su familia, padre, madre y 2 hermanos mayores, abandonaron su país huyendo de la guerra, el caos y la destrucción, dejando atrás todo cuanto tenían; una casa modesta y un pequeño taller mecánico de bicicletas y ciclomotores; suficiente para vivir confortablemente y mirar al futuro con esperanza. “Una vida segura”, dice Raja’ Kassem, madre de Hassan, “una vida que jamás imaginé que pudiera abandonar, pero la guerra también pasó por nuestro barrio, el sonido de las bombas cada vez era más fuerte y con él, el del llanto de los niños y nuestro propio miedo, así que un 24 de setiembre salimos de aquella casa, mi pequeño reino, para no regresar jamás.” Los nombres de Hassan y Raja’ Kassem son ficticios; su historia es la de miles de personas que, como ellos, tuvieron que abandonar su hogar para salvar la vida.
Hassan es uno del millón y medio aproximado de refugiados sirios que vive en Líbano como consecuencia de la guerra civil que estalló en 2011, de los cuales medio millón lo hace de forma ilegal. “En 2015 el gobierno libanés prohibió la entrada a los refugiados provenientes de Siria, salvo a aquellos que tuvieran una invitación formal bajo supervisión del gobierno, por lo que a partir de ese momento la única opción para la mayoría ha sido entrar de forma ilegal e instalarse en los asentamientos informales, algunos de ellos levantados décadas atrás por palestinos, unos 400.000 en todo el país, quedando al margen del sistema y sin derecho a recibir ningún tipo de ayuda asistencial, ya sea de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo) en el caso de los palestinos, ya sea de ACNUR (Agencia de ayuda al Refugiado de Naciones Unidas) en el caso de la población siria, y mucho menos de los gobiernos municipales libaneses, experimentando así una doble discriminación”, comenta Rita Hamdan, directora de la organización no gubernamental PARD (Ayuda Popular para la Asistencia y el Desarrollo, en sus siglas en inglés,) y refugiada palestina.
Niñas y niños en una de las aulas de la escuela de primaria en la zona de Tiro, al sur del Líbano. Foto: PARD
Líbano es el país con el porcentaje de refugiados per cápita más alto del mundo. Según un informe de Naciones Unidas publicado en 2017, de los 6 millones de personas que viven en el país, cerca de 2 millones son refugiadas, de las cuales casi la mitad lo hacen de forma ilegal. No hay que olvidar, además, que 1,5 millones de libaneses viven en situación de vulnerabilidad, sin poder cubrir sus necesidades básicas, lo que convierten al país en una olla a presión que, atendiendo a las revueltas y movilizaciones masivas iniciadas el pasado mes de octubre, ya ha empezado a explotar. Pero, ¿qué cabe esperar de un estado que acumula una deuda externa de 82 billones de dólares, el equivalente al 150 por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB), y en el que gobierna una oligarquía corrupta y sectaria anclada en el poder desde que finalizará, al menos oficialmente, su particular guerra civil en 1990?, y, sobre todo, ¿en qué lugar quedan los refugiados, especialmente aquellos que carecen de dicho estatus, ante tal desprotección?
ESCOLARIZACIÓN INFANTIL Y AYUDA PSICOSOCIAL
La familia de Hassan, tras cruzar la frontera de forma ilegal, acabó estableciéndose en el sur del país. “La situación era desesperada”, nos dice su madre. “No teníamos donde vivir y apenas teníamos dinero para comer hasta que, a través de unos antiguos vecinos que llevaban más tiempo viviendo en Líbano, supimos de la organización PARD. Ellos nos ayudaron a instalarnos aquí y también gracias a ellos pudimos enviar a nuestros hijos a la escuela”. Raja’ Kassem se refiere a la escuela infantil que en 2016 Nazioarteko Elkartasuna – Solidaridad Internacional, junto con su socia local PARD, puso en marcha alrededor de los asentamientos informales de Shabriha, Maashouk, Jal El Bahar y Abbaseieh, cerca de la ciudad de Tiro, al sur del país. El objetivo: garantizar el acceso a la educación de las niñas y niños de entre 3 y 6 años provenientes tanto de Siria (el 70 por ciento), como de las familias refugiadas palestinas que ya vivían en la zona (el 30 por ciento), y de cuya otra manera no tendrían acceso a la educación. “Al no estar oficialmente registrados y, consecuentemente, carecer de cualquier derecho, las hijas e hijos de aquellos sin estatus de refugiado quedan automáticamente excluidos tanto del sistema educativo público como, dada la precariedad económica a la que son condenados, del privado”, nos dice Rashid El Mansi, Jefe de Programas de PARD y además, igual que Hamdan, refugiado palestino.
Rashid El Mansi (izquierda) y Rita Hamdan, jefe de programas y directora de PARD, respectivamente, en su visita a Bilbao. Foto: M. Aristregi
Desde que se iniciara el proyecto, más de 500 niñas y niños se han beneficiado de la iniciativa, además de formar a 20 profesoras en el cuidado y desarrollo de estrategias en la superación de experiencias traumáticas.“Cuando llegó hace un año, Hassan era un niño solitario y que no se integraba en la dinámica del grupo. Lloraba todo el rato. Hablamos con su familia, pero los mismos padres no comprendían el comportamiento del niño. Decían que sus hermanos, pese a haber pasado por lo mismo, se habían adaptado mejor a la nueva situación. Un día les pedimos en clase que dibujaran algún recuerdo, y el niño dibujó un pequeño juguete. Resultó que Hassan había dejado su juguete en Siria y no había conseguido olvidarlo. Anhelaba volver y recuperarlo”, nos cuenta El Mansi. “Desbloquear las capacidades psicosociales de un niño puede ser algo muy simple, pero también muy complicado. Solo hay que encontrar ese elemento que conecta al niño con su pasado. Puede ser una palabra, un rincón de su casa… simplemente desean regresar a ese lugar”.
Todas las niñas y niños vienen con experiencias traumáticas que no saben cómo gestionar. Incluso para los adultos es complicado asumir y adaptarse a la nueva realidad. Desgraciadamente, muchas veces, especialmente los hombres, incapacitados para ejercer su rol de cabeza de familia, se sienten frustrados y acaban teniendo conductas violentas con sus mujeres e hijos, acrecentando el sufrimiento de éstos. El espacio de aprendizaje y juego, pero sobre todo de comprensión y seguridad, en el que se convierte la escuela cumple, por lo tanto, una función determinante en el desarrollo del bienestar emocional de estas jóvenes personas que, por su temprana edad, son incapaces de entender y asimilar las terribles consecuencias que tiene en ellos la guerra.
Niñas y niños en una de las aulas de la escuela de primaria en la zona de Tiro, al sur del Líbano. Foto: PARD
UNA MIRADA DE ESPERANZA HACIA EL FUTURO
A tenor del éxito que está teniendo el proyecto, con decenas de familias en lista de espera para poder escolarizar a sus hijas e hijos. Solidaridad Internacional no solo dará continuidad a la financiación del proyecto durante un año más, sino que, además, para este 2020, y gracias a la colaboración de la Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo del Gobierno Vaso, extenderá su influencia a áreas relacionadas principalmente con el empoderamiento de la mujer, salud de las mujeres, sensibilización y prevención de la violencia machista e igualdad de género. Contará con la participación de las clínicas y se harán campañas de sensibilización en las comunidades donde residen las personas refugiadas.
Evaluación de profesoras en la escuela de primaria del proyecto. Foto: PARD
Cuando se le pregunta a Rita Hamdan sobre el devenir de los acontecimientos en Líbano y el futuro de las personas refugiadas en ese país, la directora de PARD no es nada optimista: “Sobre la situación general del país, pueden pasar muchas cosas. Puede que continúen las revueltas, puede verse alterado el orden en las calles… hay algunos indicadores que apuntan a una guerra civil, aunque pensamos que no sucederá. En cuanto a la situación de los refugiados, los sirios no van a regresar a corto plazo, porque Siria necesitará tiempo para volver a la normalidad, para ser reconstruida, para restaurar un sistema político. Para eso tendrán que pasar años. Puede que unos pocos regresen antes, pero no creo que pase a gran escala. Y, en cuanto a los refugiados palestinos, hasta que no se les reconozca sus derechos civiles, los que puedan, seguirán emigrando a otros lugares, principalmente a Europa; en realidad, a cualquier lugar donde se les de asilo, especialmente la juventud. Así que no esperamos que vaya a haber una solución inmediata. El panorama no se presenta prometedor”.
Sin embargo, no todo es pesimismo en el discurso de esta veterana activista palestina. No necesita pensárselo ni un segundo al responder a la pregunta sobre si cree que algún día regresará a territorio palestino: “Sí. No sé si yo personalmente, pero si no lo hará quizá mi hijo. Creemos en nuestro derecho a regresar y acabará ocurriendo, cueste el tiempo que cueste".
Giza eskubideak, borrokan
Derecho a la Educación, artículo 13 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de 16 de diciembre de 1966, artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 10 de diciembre de 1948.
Derecho a una Vida Digna, artículos 3 y 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, de 10 de diciembre de 1948.
Derecho a refugio, recogido en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados.
Derecho a la Salud, artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 16 de diciembre de 1966.